
Un ladrido lejano, y luego otro…
Los ojos de Estuardo temblaron con cada ladrido, dentro de si, Estuardo se esforzaba por despertar, pero le resultaba difícil, la claridad ya pegaba de lleno en su cara, cosa extraña pues en su cama, la claridad no existía hasta que llegaba su mamá pues era precisamente con eso que lo despertaba, llegaba generalmente cantando a correr las cortinas, extrañando precisamente el canto de su mama, fue que Estuardo se dio cuenta que no sabía donde estaba. El dolor de cabeza era indescriptible y en el momento de subir sus manos para tomarse la cabeza, su codo topo con un “algo” cálido y suave.
Al momento de voltearse, Estuardo notó la cara de Yoselin descompuesta sobre la almohada.
Se levantó lo más rápido que pudo, solo para descubrirse completamente desnudo, y con leves manchas de algo en la entrepierna.
No recordaba la habitación en la que estaba, pero notó que la puerta estaba abierta al igual que las ventanas.
El pánico le invadió, no hay nada más horrendo que no recordar. Un ser humano es lo que recuerda pues basado los recuerdos somos felices o infelices y en base a recuerdos actuamos para el futuro. Se vistió y aun sin comprender donde estaba, se acerco a Yoselin para ver como estaba, pero justo en ese momento que alguien hablaba fuera de la habitación.
-Claudia, ¡mira como me dejaste el pecho! ¡Todo lleno de chupones!
Estuardo comprendió en ese momento donde estaba pero no porque, ni a qué hora había pasado del patio a un cuarto y mucho menos de platicar con Yoselin a acostarse con ella. Decidió que lo mejor era alejarse para poder pensar, pues la sola visión de la situación le producía arcadas debía pensar despacio, quizás mentir… quizás decir que el se fue en la noche.
El miedo lo hizo salir corriendo alejándose lo más que podía y sin voltear atrás, sabía que estaba cometiendo un error grave pero no tenía idea de las consecuencias del error, si es que podía llamarse de esa forma.